Combatir la oveja

Ilustración: Guillermo Ortiz
Texto: José Sainz

Orx el sueño¿Qué me impide, ahora, vestirme un poco, ponerle agua y comida al gato, comprobar que está arriba, que no se escapó, que está acostado en la cama, echado entre la ropa, llamar al ascensor, cerrar la puerta con llave mientras espero a oscuras, escuchar el ruido bruto, grave con el que se mueve por el estómago del edificio, bajar, verme despeinado en el espejo durante diez pisos, arrepentirme, decirme que no importa, que en la calle no hay nadie, que es tarde y hace frío, salir, ponerme los auriculares, buscar dos o tres canciones, ordenarlas mientras me acostumbro al cambio de temperatura, preguntarme por qué no traje un buzo, recordar, mientras busco la avenida, mientras miro qué se mueve, esquivo un perro medio ciego que me ladra, me golpeo la palma contra el muslo para que me siga, me frustro y lo dejo, mientras lo veo moverse mudo, oculto bajo la música de los auriculares que lo tapa todo, mientras intento imaginarle un diálogo a esa mímica, mientras me acuerdo de ese cuento de Piglia en el que un joyero recién salido de la cárcel viaja de Adrogué a Mar del Plata para meterse sigiloso en la casa de su ex mujer y buscar a su hija y llevársela, también de madrugada, preguntarme si el trayecto es ese, Adrogué-Mar del Plata y no otro, decirme que sí, que debe ser porque es también el trayecto de la adolescencia temprana de Piglia, buscar, en el fondo de la avenida, entre el brillo de los semáforos y de los autos, el rectángulo rojo con el que se anuncian los taxis, rogar que venga uno y que no doble, inventarle ruidos a mi alrededor, a mi sombra en la avenida, cantar mudo lo que tengo en los oídos, sentir el frío contra la piel desnuda de los brazos, la cara secándose, los labios empezando a tirar, pensar por un momento que los taxis se caen en ese espacio vacío de la avenida que me escapa a la vista, que se los traga la noche lejos de mí, que no va a venir nunca ninguno, que voy a congelarme si pasa el tiempo suficiente, ver uno que dobla cerca, hacerle señas, sentirme del todo solo aunque sepa, por una deducción lógica incomprobable, que los edificios están llenos de gente en distintos estados del sueño o tal vez incluso en  vigilia, estirar la mano hasta tensar los músculos como si el taxista pudiera notar esos centímetros de diferencia, con suerte centímetros, que gana mi mano en el aire de la noche limpia, verlo alejarse por el primer cruce, reprimir una puteada, tragar un poco de saliva para aguantarla, decirme, con esa voz silenciosa que solo suena adentro nuestro, que gritarle despertaría a algunos y que probablemente mi voz se perdería en el pasillo largo, hueco de la avenida, que se diluiría en el espacio sin ocupar, que no tocaría oídos vivos, que no rozaría ningún cuerpo porque en la avenida estoy solo, porque no queda más que el cantero que divide los sentidos, sus arbustos muertos, el metal helado de los autos quietos, esa apariencia de cartón o de luces de lo que no llega a parecer real, contener el  cuerpo para que no se desborde por el frío, apretarme para que la quietud no me congele, estirar la vista, inventar otro taxi en la oscuridad, sacarme un auricular para escuchar cómo se mueve el aire, cómo no se mueve, parar un taxi que dobla repentino, sorprenderme por la naturalidad con la que el brazo se despliega, como si no llevara minutos mimetizado con un entorno detenido en el que apenas tiemblan algunas sombras, decirle buenas noches, gracias, mi dirección, esperar que diga algo o que no lo diga, contestarle trivial, sin profundidades, escuchar el ruido cerrado de la reverberación del impacto de las ruedas, las voces de la radio que se pierden, ver el paisaje urbano corriendo por la ventanilla, imaginar que no hay nada afuera y que es un efecto del vidrio contra la desesperación de la soledad o para la desesperación de la soledad, imaginar que el auto no se mueve, que tampoco el auto se mueve, que el efecto somos nosotros, que producimos sensación de movimiento para que los que nos ven, si alguien nos ve, no desconfíen de la actividad del mundo, para que comprueben que algo se mueve lejos de los balcones, que la vida los excede, llegar a mi casa sin darme cuenta, pagar con una combinación de billetes que supera por poco lo que indica el reloj, decirle al taxista que lo deje así, que buenas noches, bajarme, cerrar la puerta despacio, sin sospechas, acompañándola hasta que vuelva a integrarse al auto, hasta que las bisagras la fundan sobre la chapa negra, hasta que desaparezca como las cosas que no ocurren, buscar las llaves en el bolsillo grande de la mochila, revolver el fondo para que el tintinear de los metales me oriente la mano, encontrarlas tibias entre papeles, abrir sin escándalo ni sigilo, abrir, atajar la puerta para que el viento no se la lleve, prender la luz, entrar en el estudio, dejar mis cosas sobre el sillón, detenerme callado para confirmar que acá tampoco hay más que silencio, que el poco ruido que me llega se produce en la calle, que mi papá duerme arriba o ve la televisión o lo que fuera si hiciera algo más cuando está en la casa pero arriba, lejos de mí, que el mundo parece en orden, que ninguna luz anuncia alguna presencia despierta, que mis hermanos tampoco están de visita, entrar a la cocina, saludar al perro, agradecer que la vejez le deje hacer tan poco al recibirme, que lo poco que se mueve no permita despertar a nadie, acariciarle el lomo blanco hasta que vuelva a acostarse, como si en las palmas escondiera un sedante, abrir la heladera, buscar una caja de leche abierta, servir media taza, dejarlo en su lugar como si no lo hubiera tocado, inflarlo antes con la boca para recomponerle la forma, para que no le queden marcas, volcar la taza en el jarro negro, buscar los fósforos sobre el servilletero, prender una de las hornallas de adelante, escuchar el siseo del líquido calentándose, arrancarlo del calor cuando las burbujas se desparraman sobre la superficie, llenar la taza, cerrar la hornalla, tirar la leche en la pileta, volver blanco el metal, eliminar la mancha con la caída del agua de la canilla, adivinar una figura confusa en lo que se pierde y se corre, lavar todo, guardarlo en el armario, saludar al perro, acostarme en mi cama con la precaución de no dejarme llevar, dejar la luz prendida por si acaso, cerrar los ojos un momento, marearme por el vértigo, concentrarme en una idea compleja, formada por muchos elementos, para evitar que la repetición pegajosa de una frase única, simple, acabe por dormirme, suponer lo que pasaría si me distrajera o si redujera la idea a una fórmula y la dejara soltarse, levantarme, juntar mi rastro sin mucho esmero, hacer el camino inverso, decirle a todos que anoche viajé muchas horas para visitarlos, escuchar que qué lástima que vivo tan lejos?

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