Quémelo después de leerlo

Ilustración: Silvia Hapko, Texto: Esteban Demaestri

Me resulta menos difícil, o menos duro, ponerlo así que decírmelo a mí misma frente al espejo. Me suena a tercerización, a potestad sobre el mensajero, como si pudiera matarlo, quémelo después de leerlo. No sé por qué me pasa esto. Supongo que será algo de la condición femenina, como abrirle el alma a la figura de confesor, aunque se trate de nosotras mismas, como si llegara a tener una respuesta distinta. Tal vez sí suceda, o tal vez, ya me pasó otras veces, sirva para contarme o confesarme algo a mi yo del futuro. ¿Somos de razonar tan profundamente estas cosas? ¿O es nada más que un impulso?

HAMBRE Lo que me late con fuerza es el hambre. El hambre es necesidad desesperante de algo, tener alguna cosa interna que necesita ser saciada. El estómago capaz sea el órgano más práctico y más tangible para explicar el hambre, pero no se limita a lo alimenticio.

No sé por qué me estoy poniendo a escribir así, creo que estoy chorreando las palabras y mañana abriré los ojos para encontrarme con esto, y temo que sirva para nada. Últimamente, también me causa hambre el vomitar cosas contra mí, decírmelas. Un hambre de vaciamiento, así de contradictorio, (siempre fui contradictoria, y ahora que me lo pongo en frente lo confirmo cada vez más), pero qué cosa no es contradictoria

Anoche estuve con un hombre después de todo el temita del paragolpes. Notaparamídelfuturo: sabés de qué hablo con el “temita del paragolpes”, si no preguntále a Guada que ella usa el mismo término, y no lo estoy haciendo (decirlo con un eufemismo, hacer eso: decirlo), porque me moleste hablarme a mí (a vos), de esto. No importa, sabrás entenderme o no. Sucede que soy una foto tuya muy vieja, o de apenas unos días. ¿Estoy empezando a escribirme a mí misma del mañana? Ya me decidí a hacer eso hoy? O siempre lo hice? Posta que nunca lo pensé así, sino ahora que surge esa idea. Bueno, vos del futuro, te digo:

Se la chupé como nunca antes había hecho. Al principio creí que lo hacía por agradecimiento. ¿Quién se iba a fijar en mí, o quién no me despreciaría al verme desnuda? Él había llegado hasta esa instancia sin siquiera poner caras de asco o duda, (incluso, te juro, le pasé la mano por el frente para ver si estaba ciego, no miento). Así empecé, haciendo algo que para mí no era normal, porque te acordarás que pocas veces tomé la iniciativa en el tema de los besos ahí abajo (hasta ayer, después vos sabrás). Es que a ellos les ofrecía la oportunidad de mi sexo y la desaprovechaban, enseguida me la metían como perros que necesitan abotonarse. Supongo que era mi fuente de poder lo que los atraía, y por mí estaba bien. ¿Te acordás de la fuente de poder? Era una estupidez, ¿no?

Bueno, te resumo por si las yerbas te mataron la memoria (a veces me pasa, por eso te digo):
Mi concha era mi centro de poder. Por ahí me entraban las energías que les arrancaba a los hombres. Sexualmente no me dejaba nada, era un enchufe. De chiquita (nunca nos vamos a olvidar de eso) sentimos desprecio por la atracción que ejerce la fuente sobre ellos.
Habrá sido a modo de defensa, no sé, pero ¿te acordás que me sentí como glorificada y hasta pensé en ir de Tulio a hacerme un tatuaje? En algún lado deben estar los bocetos, se los mostré al Tulio en alguna oportunidad, le habían gustado, creo. Y al final yo qué sé, a los hombres no les importa nada cuando tienen una concha enfrente, pero pensé que aquello podía ahuyentarlos… mmmm, no sé si esa sea la palabra, creo que “intimidarlos” sería más exacto.

El hambre por someter al hombre (mirá: el HAMBRE ¡¡otra vez!!). Devorarle su masculinidad y tenerlo a merced, desesperado por un pedazo de carne, como un perro obediente. Me gustaba, me enloquecía verlos esforzarse por encontrar la frase que no los ponga en evidencia, por ser los campeones que alzan el trofeo, que meten sus dedos en la copa como si fuera mérito de ellos. Secretamente disfrutaba de sentirlos encima, atraídos por mi fuente, como imanes que se dejan arrastrar, como las cotorritas ciegas por la luz. Los tenía ahí, desnudos, despojados de sus armas, y disfrutaba de verlos apichonarse como niños que tienen sexo por primera vez. La mayoría de las veces me entraban en seco, se acababan en dos o tres bombeos. Se sentían satisfechos, habían ganado la presa, habían metido su liebre en una buena cueva; pero en lo profundo se iban disminuidos, desmasculinizados. De alguna forma los desarmaba no satisfacerme ni satisfacerse como en sus fantasías, no animarse a hacerlo, los aplastaba, les quitaba la energía que yo ganaba.

No me sentía satisfecha sexualmente, nunca sucedía. No era lo que yo buscaba. Yo quería sentir el jadeo, el grito gutural, el desgarro animal que escupían en mi pecho cuando me escupían adentro. Ese desprendimiento inmanejable que se les desbocaba como el caballo más salvaje, y que no podían montar, no podían domar estando conmigo. Y yo, la fiera dentro de esa bestia indomable, la causa de esa locura, la dueña de su desgracia de campeón derrotado. Yo, la custodia de sus complejos íntimos.

Que si fuera puta, a ellos les resultaría todo más fácil. Pero es peor cuando no hay dinero de por medio. Ellos bajan la mirada, esquivan la mía. Por más que lo intentan algunos, tarde o temprano huyen tratando de olvidar que tuvieron una oportunidad única y no supieron manejarla. Y de contarla, lo harán salpicada de mentiras.

No resumí nada, ¿no? Perdoná, pero capaz nos sirva a las dos ponerlo así. A mí sí, ehhh, ¡!creo que es catarsis!!
Con el pasar de los días postoperatorios, empecé a sentirme como esos perritos malteces llenos de pelo cuando los esquilan por el calor o las pulgas. Me sentía insegura, aquello no tenía solución. A los perros tarde o temprano les crece el pelo, igual que a un paciente de quimio (¡el pelo me creció!).

El doctor me dijo, podemos intentar reconstruirla… Nooo, le dije, y pensé en aquel poema, ¿te acordás?, “Las cortaron a la misma altura/Me tranquiliza la simetría”, (“Memoria del cuerpo” se llamaba, lo busqué esa misma tarde), entonces le dije: sacáme de la otra para que queden… Pero me corté, me comí las palabras, me ahogó pensar en una cosa: el hambre. Me corrió un frío, como la certeza de que el cuerpo me había devorado el pecho y no me animé a tentarlo a querer más. El viejo apetito había dejado de saciarse con los tristes encuentros sexuales, y ahora quería más, me quería destruir a mí misma.

Se la chupé con entrega y dedicación, para demostrarle agradecimiento (al principio), y enseguida me encontré desesperada por llenarme de él. No me importaba qué pasara después, si él me besaría en algún lado, si acaso después se pondría la remera y se mandaría a mudar. Sólo me importaba la sed que tenía de súbito, mi hambre por devorarlo.

No me dio ni un beso ahí abajo. En cambio me metió los dedos sin mucho esfuerzo de lo mojada que estaba. Me sentó a upa de él y me abrazó con el brazo libre. Me besó el cuello y se fue lentamente hacia las tetas. En ese instante algo se me trabó interiormente, me bloqueé. Calculo que esperaba su rechazo, que esquivara la cicatriz, que se levantara y se fuera de una vez por todas. Pero no hizo nada de eso, siguió en lo suyo y me pasó algo increíble: descubrí una sensibilidad especial en la herida. Una corriente ínfima me recorrió como si tuviera conectado un hilo súper sensible a ese punto abierto, al cráter desprolijo de un impacto que me resultó dolorosísimo. Vos sabés de qué hablo.

Pero no quiero contarte de la electricidad porque a esta altura lo habrás experimentado más veces que yo. Quiero contarte de la devoción que aquello me provocó. Si había estado brindada, ahora estaba rendida a lo que él quisiera, y no por agradecimiento sino por dejarme descubrirme. Por sacarme un velo que yo misma tenía puesto y romper el cascarón justo por la fisura que yo veía como algo feo. Parece poético, ¿no? Todo lo pienso ahora, en el momento fue instinto.

¡!Pero es paradójico!! Mierda… me voló la peluca (ahora sí estoy usando mi humor negro =P ), y todo lo que está saliendo ahora es porque todavía estoy conmocionada.

Ay, parece una locura esto, pero este último año FUE UNA LOCURA. Ya no sé si quiero leer esto, que lo leas, pero bueno, vos vas a tener el diario de muchos lunes para adelante. Fijáte, por ahí te parece una gran mierda. ¡Qué importa! ¡A mí me hizo bien!! Y es lo que cuenta, ¿no?

No lo había pensado tan claro antes de empezar, pero esa cosa del hambre, esa necesidad que parece hilo conductor, me parece que tiene un sentido, como si hubiese sido el motorcito para actuar, bien y MAL, clarito. Me sacié el hambre de vomitar algunas cosas que tenía atravesadas, pero te confieso que sigo con apetito.

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